Château La Coste

Por amor al arte

Autor: Óscar Caballero
Fecha Publicación Revista: 01 de septiembre de 2015
Fecha Publicación Web: 19 de noviembre de 2015

El viñedo francés es tan cosmopolita como Francia, por lo menos desde que los romanos crearon una base de exportación en Narbona. Entre holandeses e ingleses estuvo el juego de barricas para que el vino bordelés viajara. Y basta con observar ciertos apellidos clave del champagne –Krug, Deutz, Moët, Roederer, Vranken– para obtener ecos germanos y belgas.

En la Provenza que habitó Lawrence Durrell (El cuarteto de Alejandría), y cuyas virtudes y defectos fueron transformados en best seller por el británico Peter Mayle, un irlandés, Patrick McKillen, compró en 2003 doscientas hectáreas, 123 con viñas, en los Coteaux d’Aix-en Provence. Operación corriente, si no fuera porque la realizó con un propósito diferente: crear un trípode naturaleza, vino y arte. La naturaleza ya estaba presente, sólo había que preservarla. En 2004 reunió en la finca un grupo heterogéneo de artistas, arquitectos y marchantes. La idea: el dominio era la escenografía en la que debían inscribirse obras existentes –de artistas muertos como Matisse o Calder– y las que imaginarían los creadores, inspirados por un rincón en particular. El vino por su parte debía conservar el acento local, aunque más pulido.

Arte, arquitectura y viñedo

De hecho, la guía que el visitante recibe al empezar el periplo dedica igual consideración a la veintena de obras de arte y arquitectura, y a sus autores, que a las distintas cepas del viñedo. Sin olvidar el huerto del jardinero Benech. Al norte de Aix-en-Provence, entre bosques de roble, almendros y olivares, Château La Coste tiene en su centro la granja y alojamientos, organizados en torno a una plaza sombreada por los plátanos, como la de cualquier pueblo provenzal. Una casona de inspiración veneciana, construida en 1682, se yergue en medio.

La tradición agrícola y vinícola es más antigua: se forjó en la época romana de la que subsisten los vestigios de un complejo sistema de irrigación. Y en un paseo por el viñedo no es raro tropezar con fragmentos de ánforas.  La primera obra terminada fue la bodega, by Jean Nouvel: en 2008 acogió su primera vendimia, ya de uvas cultivadas en conversión biodinámica, que un año más tarde obtendrían la certificación Agriculture Biologique.

La intervención de un arquitecto en bodegas no es novedad desde 1973, cuando Ricardo Bofill reconstruyó la de Lafite Rothschild, en la que 2.200 barricas envejecen. Por eso, explican que “Nouvel realizó la cuverie –la construcción que acoge el conjunto de cubas- con la idea de que la tecnología garantice la expresión natural del vino”.

En lo que concierne al propio vino, nada de grandes enólogos consejeros. Patrick McKillen, de acuerdo con su hermana, Mara, recurrió en el 2006 a Matthieu Cosse, viñatero de Cahors (Cosse-Maisonneuve), conocido y respetado por sus conocimientos, pero sin celebridad internacional. La razón fue simple: a Mara y a Paddy les gustaba su vino. Y por eso pensaron que “sabría extraer la sutileza del terruño de La Coste”.

Para Cosse, que dice trabajar “en un proyecto a largo plazo” y “sólo para que el vino exprese lo que su terruño le dicta”, Mc Killen “es un visionario, que anticipa la Provenza vinícola del mañana”. En cuanto a las construcciones, Nouvel comparte con los otros cuatro arquitectos invitados por McKillen a ponerle puertas al campo, este detalle significativo: todos poseen el premio Pritzker, el Nóbel de arquitectura.

Como la idea del dominio se parece a la de Naoshima, la isla japonesa transformada en centro de arte al aire libre, parece natural que tallara el principal referente de aquello, el japonés Tadao Ando, que firma tres construcciones. La primera, la más impresionante, es el edificio de recepción, estructura de cemento y vidrio que disimula con éxito el aparcamiento para visitantes. Luego, un edificio de madera para refugiar una de sus instalaciones. Y en lo alto de una colina reconstruyó una antigua capilla del siglo XVI y la protegió con una delicada forma de hierro y metal, doble piel transparente, que refleja las vistas panorámicas.

Y es creación suya el Café del Art Center, en cuya terraza, al borde del agua, copa de blanco Les Pentes Douces o del rosado Cuvée Bellugue, en mano, el visitante se repone de la caminata de por lo menos un par de horas entre bosques, colinas, viñas y olivares, puntuada por las obras y las instalaciones firmadas Alexander Calder, Matisse, Tatsuo Mijayima, Larry Neufeld, Jean Michel Othoniel, el diseñador Jean Prouvé, Sean Scully, Michael Stipes, Hiroshi Sugimito, Tunga, O bien la francesa Louise Bourgeois con su araña de bronce, el americano Richard Serra. Y Tom Shannon, Andy Goldsworthy. Franz West...

Las otras tres estrellas de la arquitectura, convocadas por el irlandés, son el italiano Renzo Piano (coautor del Centro Pompidou), el inglés Norman Foster y el norteamericano Frank Gehry (Guggenheim de Bilbao y Marqués de Riscal), de quien, en una vasta explanada, luce el pabellón de música que diseñara en 2008 para la Serpentine Gallery, de Londres, en cuya financiación habría intervenido McKillen.

Hoy, el resultado de la operación atrae unos 75.000 visitantes anuales y acaba de valerle al Château La Coste el premio al enoturismo concedido por la revista emblemática del sector, Revue du Vin de France. Además, en febrero pasado, en la revista, el crítico Thomas Bravo Mazza cataba las últimas añadas, en los tres colores, y las calificaba de “un éxito evidente”.

¿Y Patrick McKillen? Discreto, se mantiene en un segundo plano. Nacido en 1955 en Belfast, se hizo rico en el sector inmobiliario, con tiendas y centros comerciales en Irlanda. En los 1990 amplió su cartera con propiedades en Londres, París, Vietnam y Estados Unidos. También es accionista del Maybourne Hotel Group, que administra en Londres el Claridge’s, The Berkeley y The Connaught. Y en Dublin compró, con el cantante Bono y el guitarrista de U2 The Edge, el hotel Clarence. Nombre y rostro habitual en las páginas de economía y gente –por sus socios rockeros– de los periódicos del Reino Unido, en Provenza prefiere no aparecer. Hasta el punto de que ni siquiera hubo inauguración oficial del centro de arte Château La Coste. Habrá tiempo y motivos: lo que allí sucede se asemeja a esos centros artísticos de work in progress, obra en curso.

Daniel Kennedy, el erudito que oficia de conservador –y conversador–, explica que este año abrirán el espacio Jean- Prouvé y, poco a copa, los pabellones de James Turrell, del chino respondón Ai Weiwei, las instalaciones de Gehry-Berlant y el proyecto que el brasileño Oscar Niemeyer (Brasilia y una huella polémica en Asturias) dejó terminado antes de morir.

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